41 años de la muerte del poeta del amor y la memoria

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El 23 de septiembre de 1973 falleció en Santiago de Chile, Pablo Neruda, considerado por Gabriel García Márquez “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”.
Neruda, que nació el 12 de julio de 1904, fue un destacado militante político chileno, senador, diplomático e integrante del Comité Central del Partido Comunista.
Consagrado con el Premio Nobel de Literatura en 1971, fue autor de una obra rica, vigorosa y de gran influencia, entre la que cabe mencionar “Crepusculario”, “Residencia en la tierra”, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, “El hondero entusiasta”. “España en el corazón”, “El habitante y su esperanza”, “Canto general”, “Odas elementales”, “Memorial de Isla Negra”, “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”.
Después del golpe militar del 11 de septiembre contra Salvador Allende, su salud se agravó y el 19 fue trasladado de urgencia desde su casa de Isla Negra a Santiago, donde murió debido a un cáncer de próstata el 23 a las 22.30 en la Clínica Santa María.
A 41 años de su muerte, el poeta del amor y la memoria, de la raíz y la lucha nos sigue hablando y mostrando diversos caminos.
A pie desde su niño
Por Pablo Neruda
El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.
Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.
Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.
Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.
Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.
Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.