Ahora

Por: Enrique Ipiña Melgar
Bolivia.-El ahora es el aquí del tiempo. Por eso, cuando nos queremos referir con precisión a la actualidad decimos “aquí y ahora”.
En realidad, el aquí no se puede darse sino ahora; porque si fuera mañana sería un allí. El espacio en el tiempo. El lugar en el momento.
Nosotros sólo existimos en el aquí y en el ahora; si hemos de ser precisos y cabales, existimos en el instante; y en el lugar en el que nos encontramos en ese instante.
Claro, para todos los efectos de la vida, el presente es mucho más largo, toma por lo menos unos días; así como el lugar que ocupamos es muchísimo más grande que el medio metro cuadrado que contiene la silla en que te sientas o el suelo en el que estás de pie. El lugar práctico es toda la ciudad, o el país entero y su región circunvecina.
Pero todo eso – espacio en el tiempo – es fruto de nuestra memoria, para el pasado. O de nuestra imaginación, para el futuro.
El pasado existe sólo en tu memoria. Y juntando las memorias de todos, sólo en la mente de los seres humanos. Por eso nos gusta hacer crónicas y relatos, escribir historias, sacar fotografías, pintar retratos, grabar voces, filmar películas, etc. Todo eso no es más que un conjunto de elementos materiales que coleccionamos para decir como Neruda “confieso que he vivido”. Si no tuviéramos todo ese bagaje de recursos, nuestra vida, la que fue, se perdería en el olvido cada día más rápidamente, hasta desvanecerse en la nada. Como sucede con la memoria de los que ya han vivido y ahora son sólo sombras porque está muertos.
En cuanto al futuro, no es más que una construcción (“constructo” suena feo, ¿no?), más bien un producto construido con la imaginación que para trabajar, corre a buscar materiales en los archivos de la memoria y, con ellos, erige proyectos de vida para la hora siguiente, para las horas que aún quedan del día, para esta noche, para mañana, para esta semana, para este mes, para lo que queda del año, para lo que imaginamos que viviremos todavía.
Pero solamente existe el presente. Aunque es tan breve, pasa tan rápido, que resulta ser casi inasible. Como la ocasión que, si “la pintan calva”, es porque no podemos agarrarla ni de los cabellos; es calva, no los tiene.
Cualquiera pudiera pensar que la conclusión de todo lo expuesto es que no merece la pena preocuparse por nada, pues todo es pasajero. Pero yo no pienso así; sino de una manera radicalmente opuesta a la banalidad del mundo y de la vida. Creo firmemente que, para ser consecuentes, debemos actuar con la plena y lúcida consciencia de nuestro ser temporal.
Al estar bien enterados de que nos consumimos en el tiempo; y de que apenas nos realizamos en el espacio, pienso que debemos obrar sin vacilaciones, dejando a cada instante un ladrillo más, una obra duradera, una plantita, un paso adelante, un gesto positivo, un motivo de alegría, un acto de amor.
Y eso debemos hacerlo con la cabeza puesta en el lugar en el que vivimos, aquí; y en el tiempo que nos ha tocado vivir, ahora. Aquí y ahora. Porque los hechos y las acciones, a pesar de su fugacidad, dejan huella en la memoria de los hombres y es así como se va construyendo la historia.
Hagamos Historia. Obremos de tal manera que no podamos arrepentirnos nunca por lo que hicimos o por lo que dejamos de hacer. A eso nos llama nuestra dignidad humana pues el hombre es el único ser del universo que comparte con Dios su creatividad. Cierto que no seremos capaces, nunca, de hacer algo a partir de la nada. Pero sí somos capaces de crear muchas realidades nuevas con los materiales del pasado y con nuestra imaginación creadora.
Siguiendo el proverbio que nos manda tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, podemos establecer que engendrar un hijo, con los genes de nuestros mayores, será poner en el mundo a una persona que si no fuera por sus padres no habría existido jamás; que plantar un árbol, así como desarrollar cualquier obra moral o material, es hacer algo que, si tú no lo haces, no la habrá hecho nadie y se quedará por siempre en el mundo de los meros posibles; finalmente, que escribir un libro es perpetuar nuestros pensamientos y sentimientos más allá de nuestras palabras pronunciadas, más allá de nuestros gestos más significativos, para hablar y comunicarnos con las generaciones futuras.
Los seres humanos que leemos esta nota estamos aquí y ahora, en La Paz, en Bolivia; y en el mes de la primavera de 2013. Y a veces nos lamentamos de no tener un país mejor, una vida mejor. Y es natural que echemos en falta muchas cosas y que no nos sintamos satisfechos de nosotros mismos, ni de nuestro país ni de nuestra historia. Pero en nuestras manos está lograr que el mundo sea un poco mejor cuando lo dejemos, un poco o mucho mejor que el mundo que nos encontramos cuando llegamos a él.
En nuestras manos. En mis manos. En tus manos.