Crónica literaria TOLSTOI Y DOSTOIEVSKI
Por Carlos Iturra
Leer una de las grandes novelas de Tolstoi –Guerra y paz– después de leer las grandes de Dostoievski –Pobres gentes, Humillados y ofendidos, Crimen y castigo, Los hermanos Karamasov, El adolescente, Endemoniados, El idiota, Memorias de la casa muerta– puede resultar perjudicial para el afamado conde de Yasnaia Polyana. No hay duda que la suya es una de las cumbres del arte novelístico y que conforma con Anna Karénina y Resurrección un tríptico que crítica y lectores han privilegiado siempre. En mi caso, aunque hace mucho poseía sus obras completas, solo me había animado con sus cuentos, algunos de los cuales, como Los tres staretsi, admiro con toda el alma, pero no me había llegado el momento de sus extensas novelas hasta ahora. Elegí Guerra y paz por su prestigio. De Anna Karénina guardo tan claro el recuerdo de la película -con una maravillosa Greta Garbo en el papel protagónico-, que tuve la certeza de perder mucho de la gracia de la novela a sabiendas de su argumento, sus personajes, hasta sus nombres. La dejaré para cuando termine con Resurrección…
Por el momento, a seiscientas páginas de comenzada Guerra y paz y a otras tantas de terminarla, me es innegable que estoy seducido por el esplendor del mundo fastuoso, refinado, sensible, de la nobleza rusa bajo los zares -la acción transcurre aproximadamente de 1805 a 1815, cuando aún circulan en Moscú y San Petersburgo imponentes pero ya deteriorados cortesanos de Catalina la Grande y cuando Napoleón recorre Europa venciendo reyes y emperadores, derribando los más antiguos y otrora poderosos tronos e imponiendo viejas coronas sobre las cabezas de sus parientes y nuevas formas en la sociedad… Esa acción, como lo anuncia el título de la novela y la mencionada presencia del emperador de los franceses, incluye vastas batallas, enormes movimientos de masas, campos plagados de cadáveres y de soldados agonizantes, aldeas, pueblos y ciudades en llamas, todo relatado y descrito en páginas de irreprochable persuasión. Pero en general prima la vida de la nobleza, su ocio, sus fiestas, su lujo lujurioso, en el que es de plata hasta el más simple utensilio doméstico, así como de oro el más insignificante adorno de señoras y caballeros, generales o mariscales, princesas, condesas, damas de corte. Priman los trámites matrimoniales de los jóvenes, en los cuales nada importa más que la dote de la novia o el abolengo del novio, priman los hombres más hermosos y las mujeres más elegantes, prima la vida en familia, que va de los palacios en las ciudades a las posesiones en el campo, no menos palaciegas ni menos provistas de docenas de lacayos, preceptores, niñeras, doncellas, cocheros, criados, porteros, que circulan haciéndolo todo por docenas de habitaciones suntuosas, o sin hacer nada, a la espera de alguna orden de los amos, fincas provistas además de miles de siervos que labran la tierra, docenas de cabalgaduras y docenas y docenas de perros para las festivas y feroces temporadas de caza, en la que se persigue lobos, liebres, zorros, osos…
Descontada la guerra, nada de esto falta en las novelas de Dostoievski, con una gran diferencia: en ellas, el repertorio de personajes siempre incluye las clases inferiores y bien podría decirse que van de capitán a paje: de príncipes a modestos funcionarios y siervos analfabetos y descalzos –creo que el zar es el único no se ve jamás, solo es nombrado, a veces, mientras que en Tolstoi aparece con alguna frecuencia, bien sea en el campo de batalla, bien en fiestas de supremo rango, aunque no se lo escucha hablar más que de lejos, poco, y aunque alcanza a percibirse su espléndida belleza juvenil, que literalmente enamora a varios de los oficiales nobles que logran divisarlo, o por lo menos a un par de ellos, que no querrían otra cosa que dar la vida por él…
Otra diferencia entre ambos autores, mucho más decisiva, es la terrible fuerza vital que estremece las páginas de Dostoievski, una pasión por momentos frenética que impulsa a los personajes, grandes y pequeños, a los actos más atroces y más sublimes, y que lleva al lector no ya a devorar sus páginas con desenfreno desesperado, sino a vivirlas con auténtico compromiso cardíaco, visceral. Tolstoi muestra un enorme friso con la vida de la nobleza y la aristocracia, en el que no falta ninguna de las tragedias humanas, y hay que admitir que es un friso completo, variado, rico, lleno de movimiento y grandeza, pero donde sí que falta el vértigo de la existencia que en Dostoievski arrasa y arrastra al lector hasta hacerlo sufrir a la par de sus personajes y revolcarse con ellos en el dolor, las dudas, el amor, el odio, la compasión. Quizá se trate de que Tolstoi es apolíneo y Dostoievski dionisíaco, y que en eso pueda resumirse todo. Sería una forma en extremo fácil de sintetizar la diferencia. Aunque cuesta decirlo, el arte de ambos, sin embargo, es de similar perfección, pero la fuerza espiritual de Dostoievski, incomparablemente superior.
El conde Tolstoi, con esa fiera puntería con que los artistas suelen aniquilar, o intentarlo, a sus competidores, dijo que la de Dostoievski era la obra de un hombre enfermo, aludiendo malignamente, claro, a la epilepsia que padecía el genio de Crimen y Castigo, lo mismo que algunos de sus personajes. Pero eso no pasa de ser una boutade: la inmensidad de Dostoievski no excluye la salud más radiante, como tampoco el gran mal. Dos extremos que aún no veo alcanzar al sin embargo tremendo Tolstoi. Pero debo decir que, según un amigo mío, parafraseando una expresión querida por Borges, todos nacemos o tolstoyanos o dostoievskianos: el segundo es, hasta ahora, mi caso, aunque Napoleón y sus ejércitos recién acaban de entrar en Rusia…
GUERRA Y PAZ León Tolstoi Editorial El Aleph Barcelona 2010
Diario El Pilín