Kaiko o el absurdo de la guerra

Los Maring
Los Maring son un pequeño pueblo tribal de Nueva Guinea que empiezan una guerra progresiva sin una causa lógica, y sin prever las consecuencias: crían cerdos para sacrificarlos a pequeña y a masiva escalaen un festival llamado Kaiko -quizás para expiar la culpa, aun no se ha definido esto-, y luego entablan un combate con clanes enemigos.
No hay una aparente razón para iniciar la guerra, los comienzos los puede originar: rapto de mujeres, violaciones, disparar sobre un cerdo en el huerto, robo de cosechas, caza furtiva y muerte o enfermedad causada por brujería del enemigo.Al final de la guerra, después de muchas pérdidas humanas, pérdida de territorios, de cosechas y animales, el cese de paz se da con el acto de ir a lugares sagrados a sembrar árboles que llaman Rumbim, concluyendo así la contienda.
Los Maring, como muchos otros pueblos primitivos, explican la guerra por la necesidad de vengar actos violentos. Una vez que los clanes Maring han entablado una guerra en la que dejan muertos, nunca les faltará motivo para reanudarla. Cada muerte en el campo de batalla es vengada por los parientes de la víctima, que solo quedaran satisfechos tras haber matado a su enemigo.
Los orígenes de la guerra en Colombia no están muy lejos de estos mismos motivos de los Maring; todos sabemos que esto de la guerrilla y su realidad bélica, empezó por un par de gallinas en la república de Marquetalia. Igual que la guerra macabea que desató Antíoco Epifanes, por haber sacrificado un cerdo en el altar del templo judío de Jerusalén. Un absurdo total. La historia de las hostilidades es risible. Igual que la historia de la violencia y la guerra en Colombia.
La guerra es un acto político, un instrumento político, una continuidad de las presidencias, una gestión de las mismas con otras excusas afines. Eso de inteligencia militar como dice Marx Groucho, es una contradicción. Eso de unir la palabra inteligencia + militar suena a Nerón con un arpa, entonando poesía mientras ve arder Roma. Una evolución de las armas, implica contingentemente una nueva forma de hombre en la sociedad. Los métodos de guerra, las estrategias, los lineamientos bélicos, y la forma de abordar el conflicto, dan muestra de una evolución del pensamiento destructivo de una nación.
La lucha cualquiera que sea, siempre está basada en intereses individualistas, nacionales o tribales; el último interés parece sobresalir, ya que la guerra en el país no es ni “individualista”, ni “nacional”, y es un precio muy alto que se paga, por unos beneficios dudosos.Si la nación se sintiera satisfecha no desearía la guerra, son los individuos y Estados insatisfechos los que contribuyen un peligro en este sentido. En Colombia seguimos lamentando haber tomado un par de gallinas de unos campesinos en el Tolima que originaría un mar de sangre que aún no se detiene, sino que corre por brazos y ríos en todo el país. La verdadera palabra enemiga de los hombres es una horrible palabra que se desentiende de las cosas y crea un sentido de muerte: Guerra. Guerra infecciosa que arrastra rápidamente al escenario bélico a los que originalmente no tenían quejas contra el enemigo.
La guerra crea fronteras entre los hombres. La historia no se cansa, de demostrar que la justicia siempre se ha defendido con la razón y no con las armas; entonces ¿qué hacen los hombres con las armas en las manos?, como le preguntaron una vez al profeta Zacarías: “quién te hizo esas heridas en las manos, me las hicieron en la casa de mis amigos.”
¿Somos civilizados?
Decir a boca llena que Colombia es civilizada y moderna porque tiene grandes sistemas de transporte masivo, inversión extranjera, políticas moderadas, y un buen PIB, es un desvarío, porque la pregunta es: ¿y la guerra?
Esta guerra absurda priva al hombre de su propio combate individual; el gobierno no se encarga de averiguar qué pasa con sus héroes; quizás porque saben que el “honor” de servir a “la madre patria” es una destrucción del espíritu humano. Sea la explicación que sea, la guerra siempre se hace con sangre. En la paz, los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba.
Y es que es verdad que la falta de discurso genuino de parte del presidente de la nación, hace que la guerra sea una opción; esto no es una lucha, esto es una muerte de la técnica, del progreso y de la palabra. En el combate, los triunfos empobrecen al vencido, pero no enriquecen al vencedor.La verdadera guerra como lo propuso Sun-Tzu, es doblegar al enemigo sin luchar con él. La estupidez humana se deja ver, cuando lo que se desea es vencer, más que convencer. Vencer no resuelve problema alguno, sino que plantea otros nuevos.
Matar es evidentemente y fuera de toda duda el acto más destructivo y de mayor corrupción que se conoce en el mundo. No solo se matan con armas, también con malas políticas, con desajustes fiscales, con democracias con “d” minúsculas, que reducen un gran sistema ideal a una equis marcada en una tarjeta cada cuatro años.Las tristes y horripilantes historias de pos-guerra nos ayudan a entender lo absurdo de la guerra, y las transformaciones que producen en los hombres; no es esto un diagnóstico, sino un pronóstico, para saber que el destino del hombre colombiano no depende de nada más que de la voluntad de hacer unstop a esas ideas que incendian al mundo, y transforman al ser para siempre.
Las peligros de un enfrentamiento entre hermanos no solo es una cuestión de vida o muerte, sino también de daños irreparables en la esencia del hombre colombiano; el mejor discurso nacional, es preconizar que no se pierde nada con la paz y que puede perderse todo con la guerra. El país que divide a los hombres armados, en malos y buenos, ha creado una brecha que difícilmente se cerrará, sino es deponiendo la violencia del corazón. Lastimosamente la guerra es como la religión: conserva una costumbre y pasa de una generación a otra como un legado cultural.
Está comprobado que la conducta de una nación no es un reflejo directo de los motivos y formas de pensar de sus ciudadanos, ni siquiera necesariamente de sus gobernantes; existen numerosos condicionantes que actúan como filtros entre las pasiones de los individuos y la adopción de decisiones a nivel gubernamental. Los mass-media están en el ojo del huracán; la distorsión de la propaganda caldea los ánimos.La insensibilidad que hemos adquirido como una costumbre, debilita las impresiones; mutilaciones, bombas, muertes injustificadas, huérfanos, éxodos masivos, masacres, son olvidadas rápidamente por la indolencia de los medios de comunicación que buscan informar, más que crear conciencia de paz.
No a la guerra que transforma a los hombres y crea fronteras psicológicas con daños irreparables.