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Valores y antivalores

septiembre 29
14:46 2013
Enrique Ipiña

Enrique Ipiña

Por Enrique Ipiña Melgar

Los valores son muy distintos de las ideas. Los valores se sienten. Las ideas se piensan. Es que el ser humano, además de pensar, tiene sentimientos. Como consecuencia de nuestro pensar y de nuestra capacidad de conocer la realidad, surgen nuestros sentimientos: afectos y desafectos, simpatías y antipatías, amores y odios.

Todos apreciamos positivamente el bien y las cosas buenas. Sin discusión alguna, todos creemos ser personas que se emocionan, por ejemplo, ante una vida que comienza en el recién nacido; o que se extingue en un moribundo. Nadie aceptaría tener un corazón de piedra para no sentir emoción alguna. Y así nos emocionamos por un gol, por una gran noticia, ante un paisaje maravilloso, ante la solidaridad del amigo, con el cariño de nuestra pareja, con el beso de una hija o con el amor varonil de nuestro hijo. Esas emociones responden a nuestros valores y demuestran que somos personas bien formadas en los valores que aprendimos a estimar desde la infancia.

También hay situaciones o realidades con las que sentimos que no podemos identificarnos, por ejemplo: la injusticia, la envidia, la crueldad, la falta de solidaridad, la traición, el vicio, el racismo, los abusos. Esos sentimientos de rechazo son también expresiones de nuestros valores. Gracias a los mismos valores con los que podemos estimar lo apreciable, rechazamos lo desdeñable.

Pero ese no es el caso de los antivalores, que causan mucho daño y se caracterizan por la estimación positiva de lo que no merece ser valorado. Estamos ante situaciones o realidades negativas y, sin embargo, las apreciamos como si fueran buenas. Grave error. Los antivalores, en el ámbito afectivo, son el equivalente de las ideas erróneas en el mundo de las ideas. Y causan daño porque determinan conductas personales o colectivas de malas y penosas consecuencias para las personas y para la colectividad.

Se dan, por ejemplo, valoraciones distorsionadas de una raza, encumbrándola y haciendo de ella una raza superior sobre las demás, dando así lugar al racismo. El poder o la ambición de acumularlo, los privilegios de una clase, los antecedentes históricos de dominación, pueden estar entre las causas de semejante distorsión. Y los nacionalismos suelen ser consecuencias inevitables del racismo. Caso típico en el que los antivalores anulan a los verdaderos valores y determinan conductas altamente perniciosas. Usted podría citar varios ejemplos.

Otro caso común está en la valoración acrítica y desmesurada de “lo nuestro”, de todo cuanto conforma el acervo de nuestra cultura, aunque esa falta de discernimiento deje pasar como buenos el derroche, la embriaguez, la violencia y el maltrato de niños, mujeres y ancianos. Se da el caso de la exaltación y ponderación de ritos ancestrales evidentemente vinculados al odio fratricida, que se ritualizan y se aprueban, aunque puedan acarrear incluso la muerte. Usted podría citar el caso de una conocida danza nacional; o el caso de los sacrificios que aún en nuestro tiempo se practican incluso con víctimas humanas.

Resulta evidente que no todo lo que tenemos en el tesoro de nuestras tradiciones es necesariamente bueno. Y no debemos aceptarlo y apreciarlo como si lo fuera. Al contrario, debemos discernirlo, rechazarlo y corregirlo o purificarlo. Los antivalores se hacen evidentes cuando bajo el disfraz del cordero se puede ver el rabo del lobo. Sucede con la cobardía, cuando se disfraza de prudencia; con la doblez y la mentira, cuando se visten de astucia y de viveza; con la complicidad, cuando se encubre con el ropaje de la lealtad, con el fanatismo, cuando se adorna de piedad. Usted podría citar muchos otros casos de hipocresía.

Los antivalores deben ser desenmascarados. No hacerlo equivale a comprometerse con ellos. Tolerarlos es brindarles campo abierto para su predominio que una vez instalado en la sociedad, determina la frustración y la esterilidad de cuanto se haga para formar a los niños y los jóvenes en los verdaderos y positivos valores, que todos queremos ver brillando en nuestra justicia, en nuestra administración pública, en nuestra empresas, en nuestras instituciones. No debemos tolerarlos ni pactar con ellos.

Denunciemos y desenmascaremos a los antivalores no permitiéndoles convivir con los auténticos valores en nuestra sociedad. No les brindemos preferencia alguna ni participando en sus simulaciones ni asistiendo a sus celebraciones. Es nuestro deber. Y tenemos que cumplirlo sin que por ello dejemos de respetar a las personas que, tal vez, sean sus víctimas.

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